lunes, 22 de enero de 2018

Cheeverianos arrebatos, oiga



Me aproximo a John Cheever por los relatos El nadador y Reunión, por El ladrón de Shady Hill y la historia de Sutton Place me quedo muy cerca, y por Adiós, hermano mío, (uno de los mejores relatos que he leído en mucho tiempo), lo tengo que abrazar con determinación. Quizá entre el primero y este último hubiera algún título más que no pueda recordar ahora. En definitiva, este puñado de historias me han alentado a desear otras muchas de este magnífico escritor estadounidense, tal vez a la noble aspiración de leer casi todo de él, ya se verá el alcance. Para empezar al fin tengo a John Cheever en casa, ya es hora. Es una obra que conforman unos cincuenta relatos y que se extienden por más de ochocientas páginas; qué felicidad. Un voluminoso libro al que recurrir de a poco, tal vez avocado a aquél que sufra de intermitentes arrebatos cheeverianos... como es el caso de esta que escribe.

A veces parecen historias de un mundo hace tiempo perdido, cuando la ciudd de Nueva York aún estaba impregnada de una luz ribereña, cuando se oían los cuartetos de Benny Goodman en la radio de la papelería de la esquina y cuando casi todos llevaban sombrero. Aquí está el último de aquella generación de fumadores empedernidos que por la mañana despertaban al mundo con sus accesos de tos, que se ponían ciegos en las fiestas e interpretaban obsoletos pasos de baile como el "Cleveland Chicken", que viajaban a Europa en barco, que sentían auténtica nostalgia del amor y la felicidad, y cuyos dioses eran tan antiguos como los míos o los suyos, quienquiera que sea usted(...)
Mis historias favoritas son las escritas en menos de una semana y compuestas a menudo en voz alta. Recuerdo haber exclamado: "¡Me llamo Johnny Hake!". Fue en el vestíbulo de una casa en Nantucket que habíamos conseguido alquilar barata por el retraso de un juicio sucesorio. Saliendo del cuarto de servicio  de otra casa alquilada , le grité a mi mujer: "¡Esta es una noche en la que reyes con trajes dorados cabalgan sobre las montañas a lomos de elefantes!". La paciencia de mi familia ha sido inestimable. Bajo el toldo de la entrada de un edificio de apartamentos de la calle Cincuenta y nueve escribí, en voz alta, las líneas finales de "Adiós, hermano mío". "¡Ah!", ¿Qué se puede hacer con un hombre así?, pregunté, y cerré la historia diciendo:" Me quedé mirando a las mujeres desnudas saliendo del mar".
Prefacio de los cuentos de John Cheever/Literatura Random House: 2018

A falta de que me asistan otras, subrayo las palabras de Dave Eggers en relación al escritor porque son de justicia, pero también paradójicas si se tiene en cuenta que Cheever llevó una vida atormentada por diferentes causas: "Cheever escribe maravillosamente. Este país no ha dado todavía a nadie con tanto anhelo por las palabras y la vida".  Dichosas las almas turbadas, añado.










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